A veces sería estupendo no sentir, no ver, no decir. Ser uno de esas simpáticas estatuillas en que hay 3 monitos tapándose los ojos, la boca y los oídos.
Ser un simple organismo derivado del carbón más, sin la coletilla de ser un ser con conciencia de su propia existencia.
Estas palabras suenan muy deprimentes, pero asumámoslo la vida suele ser deprimente, y son precisamente los escasos momentos de alegría que nos brinda el destino el motivo por el cual algunos nos levantamos cada día.
Sé que no me lo merezco, que nadie se lo merece. Sé que en la vida no hay justicia, ni orden, ni coherencia. Sé que siempre hay alguien que está peor que tú, sé que hay millones que están peor que yo. Pero también sé que a veces me canso, que a veces me rindo, que a veces me puede la tristeza y la desolación.
Y a pesar de todo sigo adelante y no sé porqué. Y a veces esa voz interior que me dice “mándalos todos a tomar por culo, ellos no valen la pena” se dispara y acalla la voz de “la vida es así, ¡calla y obedece!, mira hacía otro lado, y por favor sonríe”.
Y la culpa es tan mía como de ellos, mía por no resistirme a aceptar lo que no me gusta, lo que encuentro injusto, lo que me hiere. Suya por imponerme sus normas, por hacerme creer que la injusticia es la regla y por herirme, por supuesto sin la intención de hacerme daño, pero sin el cuidado para no dañarme.
Y este post tan negro, es porque tuve un pésimo día, porque me hirieron y por que herí. Porque pedí perdón a quien me hirió y porque sé que nada sirvió para nada, solo para hacernos más y más daño. Pero tranquilos, el ser humano es capaz de aguantar mucho por un estúpido sentido de la supervivencia y aquí una servidora se está forjando como una auténtica Robinson Crusoe.