Menuda mierda de semana he tenido. Lo digo en serio, no es ningún secreto que soy un desastre, pero con el tiempo se me coge cariño. O al menos eso explicaría porque no me han puesto de patitas en la calle.
Y es que ahora que solo dependo de mi para sustentarme (a mi esta palabra me suena a manosearse una misma) la idea del despido me produce una angustia acojonante (angoja no existe, ¡vaya por dios!).
Y me hubiera puesto a llorar miles de veces y a darme puñetazos otras miles. No ha salido nada a derechas, todo han sido cagadas tras cagadas. Y para todos los gustos, cagadas con clientes, con jefes, con compañeros, con transportistas, con las autoridades,
Que vaya, no me he dejado ni al apuntador. He ido dejando un rastro de mierda tras de mí, que no recordaba ya, bueno sino contamos cuando comí aquel flan en mal estado.
Y ahora solo quiero esconder la cabeza y que nadie me vea y salir a las 18.00 y olvidar esta lamentable semana. Y me jode que este curro me pueda afectar de tal manera. Pero me afecta.
Y encima me he levantado con un dolor de cuello de mil demonios. ¡Mierda semana!