Me violentaba estar allí. ¿Que hacía una chica cómo yo en un lugar cómo ese? Pero no vino Loquillo en una harley a rescatarme. Cosa que agradezco, msi motivos tengo. ¿Aunque Lorenzo Lamas en una Harley? No, tampoco.
Y mientras iban sacando muestras de centros de flores yo me reafirmaba en mi idea de casarme to taja en las Vegas con un Elvis en claro estado de embriaguez. A poder ser un Elvis de su última etapa, aquel que se comía los bigmac de 6 en 6.
No recuerdo en que momento me drogaron, apalizaron y extorsionaron para lograr que fuera. Pero si que recordaba a todos los muertos de los que estaban allí.
Después de dos horas de larga, lenta y agónica conversación sobre la importancia de los valores familiares. Decidí levantarme e ir a la barra y suplicar a la camarera que pusiera arsénico en mi café. Pero se les había acabado, como bien me dijo la posadera esa era una mala época para implorar por una muerte digna. Así que abatida regrese a la mesa de aquellas marujas embutidas en cuerpos de ventañeras (seamos malas trentañeras). Por un segundo tuve la vana esperanza que había cambiado de conversación habían comenzado a hablar de algo interesante, pero no, ahora tocaba hablar de ropa. Y por más que yo insistía en permanecer al margen de la conversación, ellas (atajo de putas) no paraban de pedirme la opinión sobre todo.
Mamá, papá yo os maldigo por la educación que me disteis, hoy yo sería más feliz si las hubiera insultado, escupido y vomitado encima. Pero no, en vez de so, respiré fondo, sonreí y dije algo gracioso para salir del paso. Cosa que no hizo que alargar la agonía dos horas más. Eso sí, después de lo del sábado, quiero una indemnización suculenta en forma de gadchet supercaro, superinnecesario pero superchanante.