Lo siento Serrat pero hoy no tiene pinta de ser un gran día. Mi jefe vuelve de vacaciones. Las vacaciones son buenas. Pero a nadie le gusta volver de vacaciones. Durante las dos semanas que ha estado de vacaciones la oficina se ha enrarecido mucho. Si hay espumillón aquí y allá pero también un hedor de cordialidad que me marea.
Es como trabajar en el país de lo políticamente correcto rodeado de zombis. Echo de menos los chascarrillos, los improperios y ¡caspitas! ¿Porqué no? Los comentarios fuera de lugar y los sándwiches de jamón de la máquina.
No es que mi jefe hiciera todo eso, es bastante educado, muy educado, un poco irascible pero educado. Sino que la oficina lleva unos meses de mucho mamoneo y parece que eso ha empezado hacer mella en el personal. Y lo que ayer era un "bah! Solo es un gilipollas, ni caso!" ahora es un "maldito gilipollas, si me lo encuentro en la calle lo muelo a palos". Que mi oficina esté crispada no significa que los demás no sean gilipollas. Los gilipollas no son una variable sino una constante. O eso decía mi profesor del isnti cuando me entregaba mi examen.