Estábamos bebidas.
Casi todas mis historias empiezan así. Pero esta vez es mentira, como casi siempre en mis historias. Estábamos bebidas y habían empezado las rebajas. Éramos mujeres, mujeres ebrias y con visa. La pesadilla de cualquier economista de más de 50 años.
Íbamos galopando por las Ramblas de Barcelona cuando nos detuvimos en el escaparate de una de esas tiendas de ropa para gafapastas. Una de nosotras quería coger un pedrusco y lanzarlo contra el aparador. Pero las demás la placamos y decidimos que ese era un buen momento para replantearnos nuestras amistades y el volver a hacer las pruebas de acceso del equipo de rugby de la ciudad.
Mientras intentábamos contener las fuerzas inconmensurables de una pseudo-registradora de 40 kilos de maldad. La inspiración se nos apreció y nos dio un collejón que nos hizo temblar las orejas. Cosa que al llevar pendientes hizo un ruido bastante gracioso aunque no por eso menos doloroso. Pero allí estaba la inspiración, vestida a lo Lara Croft, mirándonos como si nos hubiéramos comido la última croqueta del bufet.
Y entonces vinieron los municipales, pero esa es otra historia. Pero al llegar a casa de la que estaba más cerca, robamos los cariocas de su sobrina y nos pusimos a diseñar falditas, abrigos y vestidos para gafapastas.
En mi cabeza retumbaban dos palabras "retales" y "garrafón". Supongo que Agatha Ruiz de la Prada empezó igual. AFORTUNADAMENTE para el mundo de la moda y desgraciadamente para el mundo de los oftalmólogos cuando la euforia de las rebajas se esfumó y la resaca asomó la cabeza junto a una banda de tamborileros todos nuestros diseños fueron a parar al único lugar donde podían estar, el cubo de la basura.
Así que de nada.
¿Y porqué les cuento yo ahora esto? Por rellenar espacio. Como siempre.