Y ahí estaba yo, un sábado por la tarde en el velatorio del padre del amigo de un amigo. No me había importado menos la muerte de alguien desde que en tercero nos llevaron a una residencia de ancianos. Putos colegios religiosos de pago. Putas conciencias que acallar.
Entonces ya era brutalmente sincera e innegablemente gilipollas. Ya que aunque sabía que aquello implicaría una semana entera sin recreo, no pude contenerme y soltarle a la profesora; ¡Habrá que joderse, y que mis padres hayan pagado para que me llevéis a este sitio tan deprimente. Cuando si quiero ver viejos solo tengo que irme a la sala de espera de cualquier centro de asistencia primaria, ¡Y gratis!.
Una combinación de sinceridad con lenguaje soez. Que por casualidad eran dos de mis mejores cualidades pero que jamás fueron del todo bien recibidas en aquella institución.
Pero yo ya no estaba en tercero. Así que me dirigí al total desconocido y le dije un "le acompaño en el sentimiento". Vaya, lo que se espera en tales ocasiones. Que todos sabemos que no sirve para nada, pero que queda muy bien en el currículum.