Estaba escuchando una estúpida canción en el hilo musical de una empresa de traficantes de juguetes y explotadores de inmigrantes sin papeles y me he puesto a sonreír y tararear la canción.
En pleno apogeo y al más estilo director de orquestra epiléptico y satánico ha entrado el cliente. Y en vez de sonrojarme, sentirme de lo más avergonzada y desear que la tierra se me tragara, he continuado hasta que ha acabado la canción.
Si no conseguíamos el contrato, iba a hacer lo que hace todo el mundo viene haciendo para justificar lo injustificable: lo achacaría a la crisis.
Pero nos hemos llevado el contrato, a pesar que creo que desafine en el último chillido gutural. ¡Dios, bendiga la crisis!