Era un domingo a las diez de la mañana y me encontraba resguardándome del frío en un portal de la calle Hermosilla.
A mi cabeza acudían en bandada miles cientos de preguntas. ¿Qué narices hacía allí?, ¿Las diez, es ya la mañana o es final de noche?, ¿El metro estará muy lejos?, ¿Me quedará suficiente para un taxi?, ¿Por qué me puse esos zapatos si se que al cabo de unas horas me hacen daño?, ¿Desayunaremos algo o esperaremos ya a la comida?.
De repente apareció él, sabía que era él aunque nunca antes lo había visto. Nadie más llevaría una gabardina y un sombrero de ala ancha de medio lado (no me canten la canción) en pleno siglo equis equis palito.
Levantó la cabeza, me miró de arriba a bajo. No sé muy bien si con ánimo lascivo. Me sonrió. Aquel tipo cuidaba su salud dental, de eso no cabía duda. Me entregó el dossier y se fue.
Mi misión había sido un éxito, una vez más. El lunes cuando llegara a la oficina entregaría el dossier y cobraría las dietas.
Al menos eso es lo que yo pensaba.