En las próximas semanas mi compañera estará de vacaciones, eso significa una cosa: Un anillo para gobernarlos a todos. Si en el momento que digo eso me pongo de pie las luces se van y un rayo reluce en la ventana que hay a mis espaldas. Es que aquí hoy llueve, y la luz está haciendo el tonto toda la mañana.
Eso significa que está prohibido enfermarse en las próximas semanas. Mi otro compañero de departamento, que lo sabe, hoy me ha traído una cesta de frutas. Para que esté supervitaminada e supermineralizada. Se le ve el plumero, y no porque sea gay, que no lo sé si lo es o no, ni me importa. Lo que me importa es que en la cesta había tres peras y a mi las peras me dan asquito. Si señores si alguna vez quieren verme correr (no les he de recordar mi talla de sujetador ¿verdad?) solo tienen que lanzarme una pera. Peor que dagas envenenadas, vale no, las dagas envenenadas matan un poco, pero tampoco me den a comer peras que me dan asco.
Así que no sé a quién darle mis peras (todo el post es solo para escribir esta frase). Porque la comida no se tira sino es que está echada a perder. Y mis peras no están para nada echadas a perder. Y sí señores, me he paseado por toda la oficina ofreciendo mis peras a grito de "¿alguien quiere mis peras?". Y sí, ya se lo contesto ahora, había también plátanos en la cesta.