Los 3 minutos más largos del día los vivía cada día a la hora de regresar a casa. Eran tres minutos que tenía que compartir con su agresor. Su agresor se subía justo en la parada anterior en la que se bajaba.
Eran los tres minutos más intensos que jamás había vivido, un torrente de sentimientos luchaban por salir. Ira, frustración, miedo, odio, cobardía, pena,
Se odiaba día tras día, por dejar que durante tres minutos, aquél sujeto volviera a tomar el control de su vida. Jamás intercambiaban palabras, tan solo un cruce de miradas, al entrar en el vagón. Después se pasaba aquellos tres minutos mirando al suelo, respirando lentamente y rezando porque aquel vagón llegará ya a su destino.
Cada día, tenía que volver a sentirse asó, sabiendo que no tenía pruebas contra aquella persona, que ya habían pasado varios años y que no existe la justicia. Solo le quedaba mirar al suelo y sentirse peor. ¿Le habría reconocido? Había cambiado mucho en estos años, pero él le miraba fijamente al entrar en el vagón. Y eso le aterraba y le hundía cada día más. ¿Por qué no miraba a nadie más, porque siempre se ponía justo detrás? ¿Porqué era incapaz de hacer nada, porqué a día de hoy aun dejaba que ese tío controlara su vida?
Al llegar a casa una lágrima, solo una, pero la lágrima más amarga de todas, caía por su mejilla. Era una lágrima de rencor. Pero el rencor lo sentía hacia si mismo, Sentía frustración porque a pesar de todo, siempre sería su VICTIMA.