Ayer pensé demasiado durante el día. Si tuve un pensamiento eso ya es 100 veces más de lo que mi pobre cerebro está acostumbrado. Así que necesitaba ocupar mi tiempo y mis pensamientos en otras cosas. Maldición, el pelo voló en la última crisis. Maldición la pasta voló en la última
grrrrrrrr malditas mafias de la ortopedia. ¿Las amigas? Trabajo hasta tarde, tengo master, ya he quedado, tengo italiano y la única sincera prefiero que me claven astillas en las uñas y después me echen sal que quedar contigo.
Así que llegué a casa dispuesta a que se me cayera el mundo encima. Y efectivamente se me cayó. Se me cayó en forma de montaña de ropa por planchar. Eureka mi salvación. Mientras una se pelea con sus camisas no tiene que pensar. O al menos solo piensas donde tiene los ojos la camisa para hacerle un piquete de ojos antes que ella acabe haciéndote la sillita eléctrica. Tendría que vernos mis camisas y yo hemos ahorrado un poquitín y hasta nos hemos comprado un pequeño ring, con plancha a vapor y todo.
No recuerdo a que hora acabé, justo antes del Wyoming, justo a tiempo para un kitkat. Después mi dosis semanal de sé lo que hiciste, un mensajito de móvil y a la cama que ya salió Casimiro. Y todo es un ir tirando, hasta llegar el findesemana. ¿Porque tengo la teoría que solo vivo durante ese periodo tan corto de tiempo? A partir de ahora voy a dejar de contar mi edad por años y voy a empezar a contarla por fines de semana.