¡Menuda pesadilla!
Ayer soñé en un mundo mejor, en un mundo donde no había desigualdades, donde no había hambre, ni enfermedades. En un mundo perfecto sin guerras ni superpotencias.
Por supuesto, en ese mundo no había lugar para los humanos, así que me pasaba el sueño huyendo. Y claro, aunque sea un sueño, huir cansa. Sobretodo si huyes de todo y de todos. Llegó un momento en que me detuve y decidí entregarme y pagar por los crímenes de la humanidad. Pero tras un grito de no queremos prisioneros mis piernas volvieron ponerse a correr. Intentaba razonar con mis piernas, quizás ellas estuvieran dispuestas a correr eternamente, pero una servidora tenía una par de cosas a decir al respecto. Y por supuesto que las diría, en cuanto recobrara el aliento para poder decirlas.
Así que tras la típica caída por un acantilado. Lo cierto es que una buena pesadilla que se aprecie debe de tener una caída por un acantilado, un terraplén o un chikipark. Acabé cayendo al mar donde una manada de dulces delfines decidieron que yo haría un buen aderezo para un sándwich. Pero en ese momento cogí las riendas de la situación y decidí largarme de allí. Y así lo hice comencé a nadar (nunca pasé del caballito de mar amarillo) y me fui a una bonita playa de aguas cristalinas y arenas blancas y suaves. Lo único que tenía claro es que no estaba en Barcelona.
No sé porque pero abrí un puesto de limonada. Era un sueño, por lo que no me preocupé por todo el papeleo administrativo que comporta abrir un chiringuito en la playa. Simplemente ahí estaba yo, vendiendo limonadas. Si, ¡limonadas!, Y sin alcohol, menudo terror. No había ni tan siquiera cervezas para hacer una clara. Dios, aquello era el Armageddon o algo peor. Aquello era ¡el Apocalipsis abstemio!.
Me desperté toda empapada en sudor y no he sido capaz de volver a dormirme por le miedo de volver a aquel sitio tan terrorífico.