Estábamos intentando entrar en casa de los abuelos e Luís cuando aquellos policías se nos acercaron pistola en mano.
Al salir por la mañana de casa nuestra intención no era la de delinquir. No es que nuestra intención fuera la de delinquir, la idea era solo asaltar la nevera y el sofá. No pretendíamos hacer rehenes.
Estábamos perdidos en la geografía española y solo faltaba una hora para que empezara el partido. Llegar a casa era misión imposible. Y nadie había caído en la posibilidad de verlo en un bar. ¿Fútbol en un bar? ¡Que locura!
Pero Luís recordó que no muy lejos sus abuelos tenían la "masia" donde el de chinorris pasaba los veranos. Y acercarnos hasta una "masia" de paradero no del todo conocido para ver el fútbol, esa si, era buena idea.
Encontrarla fue relativamente fácil, a penas siete vueltas a una misma rotonda un par de caminos de cabras, un montón de campo ¡y allí estaba! ¡la "masia"! y claro, eso nos hizo envalentonarnos.
Cuando bajamos del coche, y después de yo potar, ("yo potar", tiene título de best seller ¿no?) cayeron en la cuenta de que uno normalmente no lleva encima las llaves de la "masia" donde de chinorris pasaba los veranos. Y mira que llevamos mierda en la guantera del coche, pero de las llaves, ¡matarile! Así que ni cortos ni perezosos decidieron (yo estaba muy ocupada echando la bilis por la boca) reventar la puerta.
Reventar una puerta no es algo tan sencillo. En las pelis lo hacen fácil. Lo sé. Pero no lo es. La primera fase fue la de patada Corcuera. la segunda fue dos hombros se dislocan más que uno. la tercera fue la palanquita del gato. la cuarta fue cagarse en todo lo que se menea y todo lo que se está quieto. la quinta fue el alunizaje. la sexta y no por eso menos absurda, la escalada del increíble hombre sabandija. La séptima fue llorar como mujeres lo que no supieron reventar como hombres. La octava fue "siempre hay una puerta de atrás, ¿Dónde coño han puesto la puerta de atrás?". La novena, y por no querer hacerme la gracia de hacer un decálogo fue la de "Bill Gates" entramos por el Windows vista. Y fue entonces cuando los policías decidieron pasarse por ahí. A veinte minutos del partido, en medio de la nada, se tiene que pasear un coche de policía. Si eso no es mala suerte, yo no sé lo que es. Lo gracioso es ver a Luís hablando con los "agentes" explicándoles que la casa es de su familia, que solo queríamos entrar para ver el partido y después irnos. Bueno quizás comer algo, también. Y si hubiera cervezas ¡Y si hubiera cervezas! ¡Que grande! ¿No?
Y tan impresentable resultó Luís que en vez de meterlo en el calabozo, nos ayudaron a tapar la ventana rota y nos acompañaron al bar del pueblo más cercano a ver el partido. Y cuando digo acompañar es que vimos el partido con ellos, incluso una ronda fue de su cuenta. El resto fueron de cuenta de Luís. Y así es como recuerdo yo el partido.