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8 de Noviembre 2011

El botón del señor Martín

El botón desconocido, M se encontró un botón en la máquina de café. No es que metiera una moneda y le haya salido un botón. Nuestra máquina de café le metes una moneda y te da una especie de brebaje (llámese café) o directamente te da un corte de digestión. Es lo que tiene las máquinas de café de la era Perestroika.
Pues M en vez de ignorarlo y dejarlo ahí, ¡No, él no! M se ha dirigido una por una a todas las féminas de la oficina buscando la dueña del botón. Rollo principito y zapatito de cristal. Pero ninguna de nosotras era la dueña del botón. O no querían ser la dueña del botón de M. Pero no vamos a ser mal pensados.
Así que no dándose por vencido, M ha ido al a oficina de enfrente. Compartimos cocina. Y ha ido preguntando fémina por fémina si alguna de ellas podía ser la propietaria del botón. Propietaria, poseedora sin propiedad, usufructuaría, arrendataria, fideicomisaria o prima lejana del botón.
Pero el botón no tenía chaqueta o vestido en que encajar. Pobre botón, pobre M, pobre máquina de café de la Perestroika. Entonces M ha empezado a darle vueltas al botón y a los sesos y ha llegado a la conclusión que era de la señora de la limpieza. Yo y muchos de ustedes nos hubiéramos quedado ahí. Pero M no, M es un hombre con un objetivo. Vale el objetivo es muy chorra, pero es su objetivo, y no hay que discriminarlo por ello. En la oficina lo discriminamos por que es inmigrante, no por sus objetivos, que quede claro.
El objetivo de M es encontrar la dueña de su botón. Y ni corto ni perezoso ha llamado a mantenimiento para ver quien fue la persona que se había encargado la noche anterior de limpiar la oficina. ¡Y tócate los huevos, se lo han dicho! Los llamas para que suban ha arreglar la puta luz que parpadea desde hace una semana y que nos está creando episodios de epilepsia, y ni puto caso. Pero les llamas para encontrar la dueña de un botón, y todo el mundo pierde el culo.
Finalmente tenía un nombre y el teléfono de la agencia para la cual trabajaba. Y si señores, M ya había llegado muy lejos para quedarse ahí. Ha llamado. El teléfono que los de mantenimiento le habían dado es el de una parroquia. Eso ya encaja más con los de mantenimiento. Pero M es un hombre con recursos. Y ha buscado en las páginas amarillas el teléfono de la agencia. Y las páginas amarillas no son tan cachondas como nuestros amigos de mantenimiento. Así que finalmente ha conseguido ponerse en contacto con la agencia.
M estaba animadísimo. Estaba tan cerca de lograr su objetivo. ¿Cuánta gente logra alcanzar sus objetivos? Así que ha llamado. Toda la oficina expectante. Los de la oficina de enfrente, con los que compartimos cocina, estaban con sus particulares apuestas. Si alguna vez se preguntan para qué narices sirven las pizarras en las oficinas, es precisamente para esto, para hacer porritas.
M al final lo había logrado, tenía en línea a la chica que vino ayer a limpiar la oficina. Y le sudaban las manos, le temblaba la voz y se le cortaba la respiración. Si, se podría haber interpretado que aquella era una llamada de un pervertido. Pero la chica que vino a limpiar ayer la oficina, no había perdido ningún botón.
¡Maldición! De repente M y toda la oficina nos vimos arrastrados a una profunda sensación de deshago. Estábamos huérfanos de botón. Y sobretodo, nadie había acertado la porrita.
Lo mejor pasó cuando por la tarde vino el señor que hace el mantenimiento de la cafetera. Como es de la era Perestroika, tiene que venir cada cada día. Y no me lo podía creer cuando le ví entrar con esa rebequita. No es por el hecho de que aquella rebequita era, como decirlo, un atentado para los cánones del buen gusto en cualquier parte del mundo y en cualquier época pasada, presente o futura. Pero el hombre ya nos tiene acostumbrados con sus estampados imposibles y sus combinación de prendas que como poco se podría tildar de...no, en serio, no se como calificarlos. Nadie de la oficina ha encontrada aún el adjetivo descalificativo para describirlo. Púes a lo que iba diciendo, el señor de mantenimiento de la cafetera ha entrado y llevaba una horripilante rebequita que le faltaba un botón. Y cuando ya llevaba encerrado un buen rato en la cocina sale y se me acerca preguntándome si por casualidades de la vida no habría encontrado alguien un botón. Y me enseña toda la ristra de botones de su chaqueta y justo el huequito donde le faltaba su botón. En ese momento he descolgado el teléfono he marcado la extensión de M y solo le he podido decir: Tu princesa está aquí, tráete el botón.
Si, señores, la porrita no la ha acertado nadie, pero M no sabe donde ocultarse desde entonces. Así aprenderá que cuando las madres dicen "no cojas eso del suelo" es por algo.


<__trans phrase="Posted by"> apio <__trans phrase="at"> 8 de Noviembre 2011 a las 08:23 AM


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